"Durante toda mi vida había ofrecido una intachable lealtad a un solo establecimiento: el banco. Pero mi lealtad estaba depositada ahora en una persona. La lealtad hacia una persona supone inevitablemente la lealtad hacia todas las imperfecciones de un ser humano, inclusive hacia sus embustes e inmoralidades, aspectos de los cuales mi tía no estaba totalmente exenta. Me preguntaba si alguna vez habría sido capaz de falsificar un cheque o de robar un banco, y ante ese pensamiento sonreí con la misma ternura que en el pasado me habría suscitado una excentricidad sin importancia."
Viajes con mi tía
Graham Greene
Capítulo 20, Final de la Primera Parte
Vemos como el protagonista cambia, evoluciona: se hace más tolerante. Y no sólo porque se haya fumado un porro. Ha descubierto que no todo se acaba en la coloreada monotonía de cuidar las dalias, que hay personas, también. Cosas que para él antes eran impensables son ahora de lo más normal. Ha ampliado sus miras. O quizá es que esa amplitud de miras siempre había estado allí, pero no había tenido ocasión de usarla. En todo caso, ha sido tía Augusta quien la ha hecho aflorar.
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