Isaac Asimov era norteamericano, hijo de padres rusos inmigrados. Lo descubrí gracias a los artículos que escribía en el Muy Interesante, cuando aun estaba vivo. Un día, en una librería, encontré un libro suyo. Ante mi sorpresa, me lo compré, y aquí empezó todo. También saqué muchos libros suyos de la biblioteca. Podría decirse que Asimov fue uno de los escritores que leí más exhaustivamente durante mi adolescencia, quizá por la cantidad de obras que tiene, y no lo he leído todo de él, ni mucho menos. Escribió muchas novelas, pero también obras de divulgación científica, incluso de historia. Algo que me hacía gracia de él es que para hablar de la extensión de sus propios textos hiciera referencia al número de palabras: un texto de 3.000 palabras, o de 4.000. Me parecía una manera muy graciosa de expresarlo. Hablando de Asimov, es inevitable pensar el libro Yo, Robot, en las Tres Leyes de la Robótica y en el personaje de Susan Calvin, que aventajaba a cualquier hombre en la comprensión de esas máquinas, por bien que no siempre interpretase igualmente bien a las personas. Hablando de Asimov es inevitable pensar en la serie de La Fundación, que primero fue trilogía y se acabó convirtiendo en un culebron galáctico que ni la Guerra de las Galaxias. Los tres primeros libros de la serie de La Fundación son algunos de los libros que más me han impactado en mi vida. Después la cosa degeneraba, se mezclaban los robots, pero siempre quedaba un cierto interés por la historia. Hablando de Asimov es inevitable hablar del El fin de la Eternidad, un clásico de los viajes en el tiempo, del Hombre Bicentenario, una historia conmovedora, o de un curioso libro de extraterrestres, Los propios dioses, que tenía el subtítulo "Los propios dioses luchan en vano contra la estupidez". También Viaje alucinante, en que unos científicos viajaban al interior del cuerpo humano en el marco de la Guerra Fría, o Némesis, ya más fantasioso.
Hace poco, mi librero me dijo que Asimov era un escritor que debería conocerse, que le extrañaba que la gente no lo conociera. Jamás se me habría ocurrido pensarlo así, la verdad. Durante todo el tiempo que estuve leyendo a Asimov, no conocí a nadie que ni remotamente supiese quien era o que se lo hubiese leído o que tuviese más el mínimo interés por él. Por tanto, que la gente no lo conozca no me extraña nada. Esperar otra cosa sería engañarse. Lo que si me sorprende es encontrar a alguien que haya leído Las Fundaciones, por ejemplo. Eso sí me sorprende.
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