Wednesday, March 07, 2007

La pérfida Milady


Empecé a leer Los tres mosqueteros porqué, en las horas de biblioteca que hacíamos en clase, un chico que me gustaba lo leía. Era un libro grueso, de los más gruesos que hubiese leído yo hasta entonces, y me pareció muy difícil. Si él puede, yo también puedo, pensé. Entonces, cuando yo ya había acabado, supe que ese chico lo había dejado: lo había encontrado demasiado difícil. Me sentí muy decepcionada. Como consecuencia de eso dejó de gustarme (el chico, no el libro).
Los tres mosqueteros me encantó, los leí con una absorción con la que pocas veces he vuelto a leer. A d'Artagnan ya lo conocía, había visto sus dibujos animados, pero eso era muy diferente de unos dibujos. D'Artagnan era un personaje muy atractivo, noble, valiente, leal, hábil y listo. Los mosqueteros eran fantásticos, también nobles, valientes, leales, hábiles y listos. Portos comía demasiado y Aramis era demasiado femenino, pero de Athos me enamoré. Tenía todo el encanto del hombre herido, era el único capaz de amar y sufrir por amor. ¡Y como sufría! Pero, realmente, el personaje con quien más disfruté de toda la historia no fue d'Artagnan, ni ninguno de los mosqueteros: el personaje que encendía mi fantasía era Milady. Milady de Winter. La pérfida Milady. La mala. En los dibujos animados la dibujaban como una gata y creo que era muy acertado. Lo que me gustaba de ella era el poder que ejercía sobre los hombres que la rodeaban: ninguno podía resistir-se a ella. Mientras yo pensaba que me gustaría ser como ella, pero que en realidad jamás me atrevería a ser así, la veía perder la cabeza en manos del verdugo... no sin que antes el verdugo se hubiese debatido entre su deber y la seducción que ella ejercía, claro. Muchas veces, un personaje malo puede ser más interesante que uno de noble, valiente y leal, por la simple razón de que es más humano, y por tanto, más creíble.
Recuerdo mi lectura de Los tres mosqueteros como una de las más emocionantes que hice durante aquella época. El trozo en que d'Artagnan va de pensión en pensión encontrando cada uno de sus amigos es realmente genial. También recuerdo lo difícil que lo encontré, lo que me costó leerlo. Quizá era demasiado joven para leerlo. Seguro que si lo leyese ahora, lo encontraría más sencillo. Jamás he vuelto a abrirlo, y ha sido para conservar la intensidad de la sensación que me produjo. Seguro, también, que ahora, centenares de lecturas después, la sensación sería diferente. Tampoco me gustaría arriesgarme a comprobarlo, tampoco me gustaría arriesgarme a que la magia se esfumara.

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