Saturday, February 24, 2007

Lo difícil es hacer oír la propia voz


Hay un club de lectura. Se lee un libro difícil. Poca gente llega a él. La mayoría se queda por el camino. Y a los que llegan a él no les hace ningún efecto; lo han leído, pero es como sino lo hubieran hecho. No les ha cambiado interiormente. Sólo alguien dice: "lo he leído dos veces, la segunda me ha gustado más que la primera, quizá lo leeré una tercera vez." Objetivo cumplido. Entre doce personas, a una le ha llegado el mensaje, el entusiasmo; le ha gustado, le ha afectado. Por eso sólo ya vale la pena. Pero lectores así son como perlas, no los hay en todas las ostras; o como dientes de oro, no los hay en todas las dentaduras. Alguien puede escribir bien, puede ser una autor consagrado y así y todo las personas que le entiendan y a las que llegue el mensaje de entre un grupo concreto se pueden contar con los dedos de una mano. Si es así, ¿no es mejor ser una autor mediocre y llegar a mucha gente? Pero no es cuestión de cantidad, jamás lo ha sido en buena literatura. Es cuestión de tiempo. De recoger lectores a lo largo de los años. Quizá en un año concreto no hay muchos, pero la suma de lectores de todos los años superan el boom de un best-seller, que sólo funciona un número corto de años y después se olvida. Pero esta respuesta a lo largo de los años no es algo que el autor vea, que viva. No es algo de lo que pueda estar seguro. Si no tiene delirios de grandeza, es algo de lo que no disfruta. Por tanto, ¿que es lo importante? Dar la posibilidad a alguien que el mensaje le llegue: es decir, escribir. Algo escrito ya implica un lector, al menos uno. Siempre se escribe para alguien. Lo importante es haber escrito. El resto es fiebre e indiferencia.

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