Sunday, August 06, 2006

Enamorados


La Cartuja de Parma. Capítulo XXVI. ¿Qué pensaba Gina? ¿Qué una boda y un cargo de coadjutor separarían a los dos enamorados? Pues no, se quieren más que nunca, y ella se queda con un palmo de narices. Me cae bien Gina, es lista, inteligente, sabe mover los hilos, pero tengo que reconocer que lo que le pasa se lo merece. Si amase de verdad a Fabricio, con generosidad y no con egoísmo, le hubiese ayudado a casarse con Clelia, y no le hubiese puesto impedimentos como lo ha hecho. ¡Pero lo quiere para si! Me hace gracia lo que deduce la gente, el arzobispo Landriani en particular, basándose en el comportamiento de Fabricio; ellos no saben la verdad de lo que pasa en su alma. La duquesa en cambio lo sabe perfectamente. Supongo que no se ha de ser muy listo para deducir que, en el lenguaje de los abanicos, cuando una dama da el suyo a un caballero, le está dando el "sí". La alegría de Fabricio no se explicaría, sino. Es uno de los capítulos más bonitos de esta novela. Y suena Pergolesi, que entonces... ¡ya estaba pasado de moda! Hay músicas que nunca pasan de moda, y la princesa Clara Paolina tiene buen gusto; es un hecho conocido que Stendhal era muy melómano. Respecto al Conde Mosca, más feliz no podría ser, viendo que Fabricio y la duquesa no están de acuerdo, y yo que me alegro mucho. Pero veremos qué pasa cuando Gina tenga que cumplir la palabra dada al príncipe...

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